jueves, 30 de enero de 2014

La inútil soberanía nacional

Y no va sobre Catalunya, aunque para el caso viene a ser lo mismo. No, esto es en referencia al PCE, a IU o a Podemos, que tienen en su dialéctica cosas como que el PPSOE ha vendido la soberanía nacional y hay que recuperarla. Y es un diálogo absurdo, porque la nación soberana está obsoleta.

La nación estado nace en el XIX, construida sobre la base del concepto de estado westfaliano. Se le llama así por el Tratado de Westfalia de 1648, que pone fin a la Guerra de los Treinta Años. Es la culminación de la evolución del sistema político europeo desde el siglo XIII: los diferentes Estados son soberanos, tienen jurisdicción propia en sus territorios y ningún otro Estado tiene la capacidad de interferir en los asuntos internos de otros Estados.

El desarrollo que va teniendo lugar a lo largo de los siglos siguientes es su consolidación como modelo y la creación de las identidades nacionales. La eclosión de este proceso se produce en el XIX, a ritmos diferentes según el país, pero siempre tras la Revolución Francesa, que sienta las bases de la unión entre identidad y estado. En el fondo, es la instrumentalización de las identidades para homogeneizar y justificar un tanto tautológicamente la existencia de los diferentes Estados europeos. Es tautológico porque estado y nación se retroalimentan: la nación nace de los Estados que buscan reafirmarse en la crisis estatal del XIX y sus democracias burguesas, en primera instancia, y los Estados buscan legitimarse a través del espíritu nacional del que debe emanar el propio Estado.

El vínculo entre Nación y Estado lleva, en la segunda mitad del XIX, al desarrollo de los nuevos nacionalismos sin Estado que pugnan por crear sus propias Naciones Estado. Algunas lo van logrando, otras no. Para entender las dos guerras mundiales hay que poner la atención tanto las tensiones entre estados nación por cómo se define el territorio de las diversas naciones estado como las tensiones de la nación estado con el capitalismo ya globalizado. El enfrentamiento entre naciones estado también se produce a través de la economía, con el proteccionismo imponiéndose a la ideología laissez-faire que dominaba el primer capitalismo del XIX.

Es interesante que la solución tras la Segunda Guerra Mundial fuera todavía en clase de nación estado: el sistema de Bretton Woods es un blindaje multilateral de la soberanía nacional en detrimento del capitalismo global. Se construyen mecanismos por los que las unidades nacionales pueden intervenir en la economía nacional, a los que los actores internacionales del sistema económico tienen que sujetarse. Es el auge de la socialdemocracia y la decadencia del liberalismo clásico.

En 1971, Estados Unidos rompió unilateralmente con los Acuerdos de Bretton Woods. Es la era de la globalización, pero no porque haya un mercado internacional nuevo, puesto que ya existía. Aquí la soberanía nacional comienza a fragmentarse porque se rompen los mecanismos de control nacional, se encamina hacia la gobernanza económica transnacional.

En mi opinión de no especialista, Bretton Woods sentaba las bases para un sistema de gobernanza global que trascendiera los mecanismos nacionales y sus propios intereses. Las organizaciones de gobernanza post-1971 o se establecieron antes o son descendientes de unas anteriores. La tensión entre nación estado y sistema económico gobal vuelve a aumentar cuando el desarrollo económico permite alterar la correlación de fuerzas entre naciones estado y los poderes económicos: el mercado es demasiado amplio para que pueda resistirse una nación estado por sí misma. Uniendo mecanismos globales a poderes transnacionales nos encontramos con la globalización tal y como la conocemos (si bien el nombre no se popularizó hasta los 90).

Y es ahí donde está el tema de esta ya muy extensa entrada: la soberanía nacional carece de sentido. Lo hemos comprobado. Llevamos décadas viviendo en un mundo donde las naciones estado son incapaces de imponer su voluntad. En algunos casos, incluso en cuestiones internas no relacionadas con la economía. En Europa, centro de la cultura política de la nación estado, la Gran Recesión ha sido un future shock tremendo para la opinión pública que todavía creía en la snaciones y los estados. Esa misma Europa que se enfrenta al dilema de ceder soberanía o reivindicarla como salida a la crisis.

Existe algo llamado el trilema de Rodrick, que viene a decir que es imposible que existan conjuntamente soberanía nacional, democracia (soberanía popular) y globalización. Hay que elegir uno de las tres parejas posibles. En Europa, por ejemplo, nos encontramos con que tenemos globalización (integración europea) y soberanía nacional, en detrimento de la democracia. La UE es una unión de Estados y la toma de decisiones de produce al nivel de los Estados y los intereses transnacionales. La democracia queda excluida, no hay rendición de cuentas democrática de las instituciones que establecen la política europea.

Las fuerzas políticas que citaba al comienzo han expresado en más de una ocasión su interés por recuperar la soberanía nacional democrática. Esto siempre será en detrimento de la integración europea. Si nosotros, como ciudadanos de un Estado, decidimos sobre nosotros y nada más, haremos imposible la plena integración europea.

Pero no es tan simple la cuestión. Vivimos en un mundo globalizado, queramos o no. Desde finales del XIX, la economía mundo es un hecho. Las naciones estado pueden intentar resistirse, pero será ineficaz salvo que sean capaces de vivir en una total autarquía. El motivo es bastante claro: un mercado global te hace irrelevante en el gran esquema de las cosas. Los Estados europeos son una gota en el gran océano humano, 45 millones no son nada frente a 7.000 millones. El daño que pueda causar el conflicto entre Estado e intereses transnacionales será mayor para el Estado que para lo transnacional.

Los Estados europeos pueden combatir todavía por la ventaja que tienen respecto al mundo en desarrollo. A medida que el mundo en desarrollo acorte su desventaja, la capacidad de imponerse de los Estados europeos disminuirá. Ya estamos viendo cómo la producción industrial no puede hacerlo salvo fuertes devaluaciones internas que provocan fuertes conflictos internos, que socaban igualmente los cimientos de los Estados.

Viéndolo inviable, lo que necesitamos defender es una mayor integración y la superación de los Estados nación clásicos. Europa, en conjunto, tiene la capacidad de actuar en sentido global. No es casualidad que los tres grandes poderes emergentes sean entidades difíciles de calificar como simples Estados Nación. China, India o la Federación Rusa son más parecidas a la UE que no a cualquiera de sus Estados miembro.

Pero si nos aferramos a la soberanía nacional seremos incapaces de ceder la soberanía al conjunto de la UE para poder tener garantías democráticas. La defensa de la democracia pasa por rechazar la plena soberanía y entender que necesitamos compartir la soberanía con alemanes y británicos, con polacos y griegos. Con franceses y portugeses. Ya hoy la soberanía no es exclusiva, en muchos aspectos se ha fragmentado. Acabar de romperla es dotarnos de los instrumentos para defendernos conjuntamente de la depredación del capitalismo global, algo que ninguno de los Estados europeos está consiguiendo por sí mismo.

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