lunes, 10 de febrero de 2014

La política a golpe de ad hominem

Vivimos en un país de cultura política limitada, herencia de una dictadura de 40 años que silenciaba en todo cuanto podía el interés político de la ciudadanía. Herencia también de unas estructuras políticas y sociales que nunca han buscado ampliar la base política sobre la que se construye la democracia, con partidos opacos y cerrados. La ciudadanía se ha ido alienando más y más de la política, considerándolo algo que no va con ella, algo ajeno a la persona corriente salvo para protestar cuando se hace mal.

También en aquellos que participan, sea donde sea y como sea, la cultura política hace que parezca más un concurso de gritos que la discusión racional. No ya entre partidos, sino dentro de los mismos es frecuente observar que el debate rara vez separa lo personal de lo político. La discrepancia se convierte en cuestionamiento personal, expresar una opinión contraria supone expresarse contra alguien. Se convierte rápidamente en ellos y nosotros.

Como sociedad o comunidades políticas, nos encontramos con una muy difícil separación entre el debate político y las cuestiones emocionales. La indignación rápida frente al argumento contrario, la ofensa personal por pensamientos diferentes y el socorrido argumento personal en lugar del político, el ad hominem como forma de argumentar y debatir.

El argumentum ad hominem (contra la persona) consiste en que, cuando la persona A expresa el argumento X, la persona B ataca a la persona A y esto hace que el argumento X sea inválido. Es una falacia argumentativa, porque el argumento puede ser consistente y válido al margen de las cualidades de la persona que expone el argumento. No se puede rebatir un argumento desacreditando a su emisor, pues el argumento que se sostiene en sí mismo, lo cual significa que es válido, continúa sin ser rebatido. Los dos ataques más habituales son cuestionar la autoridad del emisor en la cuestión (no lo ha estudiado, por ejemplo) o cuestionar sus cualidades personales (ideología, ética, intenciones...).

Voy a mirarlo en los dos grandes partidos y después en la "nueva política" que pretende ser diferente y todo eso que proclaman. No son tan diferentes en la forma de encarar el debate político, al fin y al cabo nacen de una misma ciudadanía que no ha cambiado por apoyar a A o B, o C.

Hubo un tiempo, hace unos años, en que estuvo de moda aquello de la crispación. A menudo pasa que los medios le cogen el gusto a un término o concepto y no lo sueltan hasta que lo aborrecemos de tanto repetirlo. A todos nos disgustaba mucho cómo PP y PSOE, PSOE y PP (o CiU y PSC aquí) se pasaban plenos y debates acusándose mútuamente de esto o aquello. La forma usual es responder a una acusación, la que sea, señalando que, cuando ellos tenían en sus manos el gobierno, hicieron o no hicieron algo. Otra habitual es atribuir segundas intenciones, verdaderas o no, al argumento para desacreditar al otro partido sin entrar en lo importante, que es lo que dicen.

Todos conocemos bien el debate político del llamado bipartidismo y me aburre mucho hablar de ello. Lo tenemos muy visto y seguimos viéndolo constantemente. No creo que necesite seguir con ello. Me interesa más la supuesta nueva política. Afición a la fina ironía que la humanidad crea inintencionadamente. 

Como militante de un partido institucional, uno se acostumbra a ello. Lo más socorrido es, siempre, sin tener ningún tipo de conocimiento en el que basarse, que estamos esperando una silla, cargo, enchufe. Y puede ser. Pero eso no hace nada por sumar o restar validez a ningún argumento. No por tener ambiciones un comunista va a ser menos comunista, ni un liberal dejará de serlo. Esto podría dar mucho de sí sobre cómo llevar el argumento político al terreno de la moralidad y vaciar de contenido la crítica política, pero creo que merecería su propia entrada y ésta se alarga ya bastante.

Otra forma de ad hominem, aunque en esta ocasión el objeto es el mismo emisor de la falacia, es cuando quieren reafirmar sus argumentaciones planteando lo honestos e íntegros que son. No digo argumento de autoridad porque no es tanto atribuirse conocimiento o experiencia al margen del argumento, sino que inciden en cuestiones éticas o emocionales para probar que sus argumentos son más poderosos. Alguna vez me he encontrado en la divertida situación de que apelen a algo que yo pienso para pretender ser mejores que yo.

Un caso especial son algunos tuiteros indepes hiperventilados. Estos son verdaderamente geniales. El insulto cuando leen algo que no les gusta es su respuesta instintiva después de usar demasiados ad hominem para su salud. Son el típico trol de internet, pero centrado única y exclusivamente en un tema: Catalunya y la independencia. Cuando hay artículos sobre ello en el blog de la agrupación tenemos momentos muy especiales. Luego están los españolos ultranacionalistas que directamente hacen apología fascista o insinúan violencia política cada poco.

En conclusión, como sociedad tenemos un problema muy gordo cuando no somos capaces de argumentar racionalmente. No ya por ir a lo emotivo y superficial como primer impulso, que también es un problema. No, el principal problema es no saber cómo hablar. El ad hominem no tiene que ser un insulto, pero es una forma de diálogo viciada: es el insulto velado, es interés per descalificar y menospreciar a la persona con la que se dialoga. Es uno de los diversos ejemplos de la incultura democrática que tenemos y que nos sigue limitando como partes de las diversas comunidades políticas.

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